No, pues "èl" tiene el poder de volverme a la vida...
Para todas aquellas que reviven cuando miran esos ojos color de àmbar.
Un abrazo con el cariño de siempre,
Para todas aquellas que reviven cuando miran esos ojos color de àmbar.
Un abrazo con el cariño de siempre,
Matices de Neil I:
“Àngel de arena”
Anjou caminaba por la playa enfundada en un fresco traje de lino blanco. El calor hacìa que cualquier pensamiento cuerdo se encontrara tan lejos como la lìnea del horizonte.
Lo habìa visto la noche anterior en una de las fiestas de sociedad a las que era obligatorio asistir si se querìa tener un mejor conocimiento de los prospectos que pululaban como mosquitos en el aire de Nueva York.
Esa cacerìa encarnizada la dejaba agotada por completo. El peinado, el vestido, los zapatos, el maquillaje... sentìa que se le venìan siglos de tradiciòn encima, a pesar de ser este paìs tan nuevo, comparado con lo antigua que era realmente la sociedad europea.
Nunca, en ningùn lugar, se podìa sentir tan libre como en el mar. Las playas del Atlàntico solìan ser traicioneras y frìas, pero ella habìa nacido en algùn lugar del otro lado de ese inmenso ocèano.
Decididamente se dejò caer en la càlida arena. Extendiò los brazos y jugò a hacer "àngeles de arena"... no siempre se necesitaba nieve para ser un àngel. Y ahora màs que nunca necesitaba sentirse un àngel, despuès de la cantidad de ideas alborotadas que tenìa desde la noche anterior.
Cerrò los ojos y lo reviviò todo.
La mùsica, los trajes oscuros de los hombres y los suaves coloridos de las mujeres. Todo el salòn se hallaba iluminado como por arte de magia y la atmòsfera era resplandeciente. Resplandecìan las làmparas de araña con reflejos de mil colores; resplandecìan las copas llenas con el lìquido dorado y diàfano cuyas burbujas no dejaban de ascender. Resplandecìan los rostros, los diamantes, los ojos.
Especialmente resplandecìan un par de ojos color de àmbar que Anjou trataba de evadir por todos los medios. Ese destello en sus pupilas claras de resina antigua, hacìa que su sangre tiñera de grana sus mejillas blancas como porcelana.
De todos era sabida la fama de Neil Legan.
Su fama de mujeriego, de irresponsable, de irreverente. Su pinta de hombre de mundo, cuando apenas era un chiquillo malcriado. Ese aire de quien desea todo y todo lo obtiene. Esa mirada que destilaba desprecio e indiferencia por todo aquello que no fuera èl mismo.
...Y sin embargo...
El corazòn de Anjou latìa desbocado cada vez que lo veìa. Ese aura que lo rodeaba la atraìa como la miel atrae a las moscas... està bien, mala comparaciòn. Ella no era un mosca precisamente. Aunque los ojos de Legan se verìan preciosos si fueran dulces como la miel.
Dio una patada en en la arena que hizo parecer que el àngel tuviera una profunda arruga en su faldòn.
¿En què pensaba ella pensando en Neil de esa forma? Toda esta danza de pensamientos desbocados tenìa que hacerla pensar que los pensamientos a veces no son tan pensados como deberìan.
...Ya no sabìa ni lo que pensaba...
Se decidiò a quitarle la arruga que en un momento de poca claridad mental le habìa creado al àngel de arena en su faldòn, cuando sintiò que una sombra le tapaba el sol que la agobiaba y hacìa que tuviera los ojos cerrados.
Abriò los ojos con precauciòn, tratando de ver quièn era, cuando repentinamente, se le vinieron mil ideas a la cabeza advirtièndole del peligro. Pero no podìa ser alguien con malas intenciones... seguramente. La playa no estaba llena pero habìa una cantidad considerable de calurosos bañistas que disfrutaban de aquella mañana sofocante.
-¿Sì? -preguntò con màs aplomo del que en realidad sentìa.
-¿No? -respondiò la inconfundible voz.
Anjou no supo què decir. La luz del sol no le permitìa enfocar sus ojos a cabalidad en la sombra que la observaba, pero esa voz no podrìa pasar desapercibida para ella en ningùn momento. Ni pasar desapercibida ni ser ignorada ni no sabìa ella què pensar.
Ràpida como un resorte, se puso en pie.
-¿Què... què haces aquì, Legan?
-Buscar àngeles para hacer caer... -riò Neil entornando los ojos.
El corazòn de Anjou dio un vuelco. ¿Hacìa cuànto tiempo la observaba? La voz de Neil era algo de lo que Anjou debìa huir a toda prisa. El conjunto que tenìa frente a sì la subyugaba indefectiblemente. Ella se sentìa como ciudad sin muralla y sin ganas ni deseos de construir una ni aunque fuera provisional.
-Bien, Legan, que disfrutes tu cacerìa...
-No puedo disfrutar de la cacerìa sin la presa.
-Pues vete a una iglesia: allì te encuentras àngeles de todos los materiales y todos los tamaños. Sòlo ten cuidado que no te atrapen con las manos en la masa, porque te encarcelan por ladròn de antigûedades.
-¿A la iglesa? ¿Para què quiero yo una iglesia llena de reliquias si tengo frente a mì al mejor àngel que podrìa hacer caer?
-¡Estàs loco! ¿De què hablas?
Y sin dudar ni vacilar, Neil se acercò a Anjou tomàndola por la cintura y pegàndola a sì.
-¡Suèltame, Legan! -decìa Anjou mientras intentaba romper ese abrazo de hierro empujando a Neil en el pecho, lo cual ocasionò que un par de botones de su camisa blanca cedieran dejando la imagen de su torso suave al descubierto.
Anjou no daba crèdito a sus ojos. Hizo un ràpido movimiento con los ojos para enfocarlos en el horizonte y tratò de concentrarse en liberarse de ese monstruo que la retenìa contra su voluntad.
-¡Dime, dime que no deseas sentirme junto a ti!
-¡Legan estàs loco! ¿De dònde sacas esas ideas calenturientas? ¡Suèltame!
-¡Calenturientas, sì, esa es la palabra!
-¡Que me sueltes, te digo! ¡Jamàs vas a poder hacerme caer!
Los ojos de Niel cambiaron tan ràpidamente como cambia la luz de un diamante en movimiento. Sus brazos liberaron a Anjou, que repentinamente se sintiò perdida sin sentir la fuerza de Niel a su alrededor.
-Yo que tù no estarìa tan segura.
Continuarà…
“Àngel de arena”
Anjou caminaba por la playa enfundada en un fresco traje de lino blanco. El calor hacìa que cualquier pensamiento cuerdo se encontrara tan lejos como la lìnea del horizonte.
Lo habìa visto la noche anterior en una de las fiestas de sociedad a las que era obligatorio asistir si se querìa tener un mejor conocimiento de los prospectos que pululaban como mosquitos en el aire de Nueva York.
Esa cacerìa encarnizada la dejaba agotada por completo. El peinado, el vestido, los zapatos, el maquillaje... sentìa que se le venìan siglos de tradiciòn encima, a pesar de ser este paìs tan nuevo, comparado con lo antigua que era realmente la sociedad europea.
Nunca, en ningùn lugar, se podìa sentir tan libre como en el mar. Las playas del Atlàntico solìan ser traicioneras y frìas, pero ella habìa nacido en algùn lugar del otro lado de ese inmenso ocèano.
Decididamente se dejò caer en la càlida arena. Extendiò los brazos y jugò a hacer "àngeles de arena"... no siempre se necesitaba nieve para ser un àngel. Y ahora màs que nunca necesitaba sentirse un àngel, despuès de la cantidad de ideas alborotadas que tenìa desde la noche anterior.
Cerrò los ojos y lo reviviò todo.
La mùsica, los trajes oscuros de los hombres y los suaves coloridos de las mujeres. Todo el salòn se hallaba iluminado como por arte de magia y la atmòsfera era resplandeciente. Resplandecìan las làmparas de araña con reflejos de mil colores; resplandecìan las copas llenas con el lìquido dorado y diàfano cuyas burbujas no dejaban de ascender. Resplandecìan los rostros, los diamantes, los ojos.
Especialmente resplandecìan un par de ojos color de àmbar que Anjou trataba de evadir por todos los medios. Ese destello en sus pupilas claras de resina antigua, hacìa que su sangre tiñera de grana sus mejillas blancas como porcelana.
De todos era sabida la fama de Neil Legan.
Su fama de mujeriego, de irresponsable, de irreverente. Su pinta de hombre de mundo, cuando apenas era un chiquillo malcriado. Ese aire de quien desea todo y todo lo obtiene. Esa mirada que destilaba desprecio e indiferencia por todo aquello que no fuera èl mismo.
...Y sin embargo...
El corazòn de Anjou latìa desbocado cada vez que lo veìa. Ese aura que lo rodeaba la atraìa como la miel atrae a las moscas... està bien, mala comparaciòn. Ella no era un mosca precisamente. Aunque los ojos de Legan se verìan preciosos si fueran dulces como la miel.
Dio una patada en en la arena que hizo parecer que el àngel tuviera una profunda arruga en su faldòn.
¿En què pensaba ella pensando en Neil de esa forma? Toda esta danza de pensamientos desbocados tenìa que hacerla pensar que los pensamientos a veces no son tan pensados como deberìan.
...Ya no sabìa ni lo que pensaba...
Se decidiò a quitarle la arruga que en un momento de poca claridad mental le habìa creado al àngel de arena en su faldòn, cuando sintiò que una sombra le tapaba el sol que la agobiaba y hacìa que tuviera los ojos cerrados.
Abriò los ojos con precauciòn, tratando de ver quièn era, cuando repentinamente, se le vinieron mil ideas a la cabeza advirtièndole del peligro. Pero no podìa ser alguien con malas intenciones... seguramente. La playa no estaba llena pero habìa una cantidad considerable de calurosos bañistas que disfrutaban de aquella mañana sofocante.
-¿Sì? -preguntò con màs aplomo del que en realidad sentìa.
-¿No? -respondiò la inconfundible voz.
Anjou no supo què decir. La luz del sol no le permitìa enfocar sus ojos a cabalidad en la sombra que la observaba, pero esa voz no podrìa pasar desapercibida para ella en ningùn momento. Ni pasar desapercibida ni ser ignorada ni no sabìa ella què pensar.
Ràpida como un resorte, se puso en pie.
-¿Què... què haces aquì, Legan?
-Buscar àngeles para hacer caer... -riò Neil entornando los ojos.
El corazòn de Anjou dio un vuelco. ¿Hacìa cuànto tiempo la observaba? La voz de Neil era algo de lo que Anjou debìa huir a toda prisa. El conjunto que tenìa frente a sì la subyugaba indefectiblemente. Ella se sentìa como ciudad sin muralla y sin ganas ni deseos de construir una ni aunque fuera provisional.
-Bien, Legan, que disfrutes tu cacerìa...
-No puedo disfrutar de la cacerìa sin la presa.
-Pues vete a una iglesia: allì te encuentras àngeles de todos los materiales y todos los tamaños. Sòlo ten cuidado que no te atrapen con las manos en la masa, porque te encarcelan por ladròn de antigûedades.
-¿A la iglesa? ¿Para què quiero yo una iglesia llena de reliquias si tengo frente a mì al mejor àngel que podrìa hacer caer?
-¡Estàs loco! ¿De què hablas?
Y sin dudar ni vacilar, Neil se acercò a Anjou tomàndola por la cintura y pegàndola a sì.
-¡Suèltame, Legan! -decìa Anjou mientras intentaba romper ese abrazo de hierro empujando a Neil en el pecho, lo cual ocasionò que un par de botones de su camisa blanca cedieran dejando la imagen de su torso suave al descubierto.
Anjou no daba crèdito a sus ojos. Hizo un ràpido movimiento con los ojos para enfocarlos en el horizonte y tratò de concentrarse en liberarse de ese monstruo que la retenìa contra su voluntad.
-¡Dime, dime que no deseas sentirme junto a ti!
-¡Legan estàs loco! ¿De dònde sacas esas ideas calenturientas? ¡Suèltame!
-¡Calenturientas, sì, esa es la palabra!
-¡Que me sueltes, te digo! ¡Jamàs vas a poder hacerme caer!
Los ojos de Niel cambiaron tan ràpidamente como cambia la luz de un diamante en movimiento. Sus brazos liberaron a Anjou, que repentinamente se sintiò perdida sin sentir la fuerza de Niel a su alrededor.
-Yo que tù no estarìa tan segura.
Continuarà…