En mis años de adolescente hice muchos viajes durante los periodos
vacacionales. Como todos esos viajes estaban arreglados por el Duque de
Grandchester, mi maleta siempre estaba lista. Yo solamente tenía que dirigirme
al destino que él hubiera elegido.
Pero un día tomé la decisión de hacer un viaje por mi cuenta. Tenía guardado en
mi corazón una serie de sentimientos encontrados respecto a la mujer que me
había dado la vida. Necesitaba verla y de ser posible, quedarme a su lado para
siempre.
No tenía muchas posesiones que quisiera llevar conmigo así que no fue difícil
elegir qué cosas me acompañarían en esta empresa. Yo nunca me había tomado la
molestia de echar un vistazo a mi equipaje, así que no tenía idea de como eran
empacadas mis cosas, pues siempre había alguien que empacaba y alguien que
desempacaba por mi.
Mal doblé algunas camisas y pantalones, deposité mis artículos de uso personal,
zapatos, ropa interior y dejé espacio suficiente para llevar conmigo los libros
que más me gustaban.
Esta fue una experiencia desastrosa, pues en el momento en que saqué las
prendas con las que me vestiría, descubrí que todas ellas estaban en un estado
lamentable. Así que le pagué a alguien para que planchara todo y lo acomodara
como debía ser.
Todavía recuerdo a la camarera que me ayudó en esta penosa situación. Su nombre
era Rose Marie, una mujer de mediana edad que se encargaba de coordinar y
supervisar las labores de limpieza de primera clase del barco donde yo viajaba
rumbo a Estados Unidos.
Una vez que mi ropa recobró la apariencia debida, ella tomó mi maleta y con
sumo cuidado comenzó a doblar cada una de las prendas.
- No se preocupe señorito Grandchester, yo me haré cargo personalmente del
acomodo de sus prendas dentro de su equipaje.
-Gracias - Fue lo único que pude decir, antes de abandonar mi camarote.
Cuando regresé, tuve la precaución de ver como se hacían estas cosas, pues
estaba seguro de que nunca volvería a tener a alguien que lo hiciera por mí.
Acostumbrado como estoy a observar con detenimiento muchas de las cosas que me
rodean, no fue difícil para mí, descifrar el modo en el que aquella noble mujer
había hecho su trabajo, sin embargo yo era torpe con mis manos y al intentar
recrear su obra, fracasé rotundamente.
Lleno de pena volví a buscar a Rose Marie y ella acudió de inmediato en mi
ayuda. Me dijo que no debería preocuparme por estas cosas, que siempre habría
alguien que me asistiría, cuando fuera necesario.
-No estoy muy seguro de ello. Por favor enséñeme a hacerlo yo mismo.
Fue así como aprendí a empacar y aun cuando hoy tengo servidumbre que lo puede
hacer por mí, nunca permito que eso ocurra, pues esta rutina por mucho tiempo
ha sido algo muy especial y personal y quiero que así se conserve.
Terruce G. Grandchester.
vacacionales. Como todos esos viajes estaban arreglados por el Duque de
Grandchester, mi maleta siempre estaba lista. Yo solamente tenía que dirigirme
al destino que él hubiera elegido.
Pero un día tomé la decisión de hacer un viaje por mi cuenta. Tenía guardado en
mi corazón una serie de sentimientos encontrados respecto a la mujer que me
había dado la vida. Necesitaba verla y de ser posible, quedarme a su lado para
siempre.
No tenía muchas posesiones que quisiera llevar conmigo así que no fue difícil
elegir qué cosas me acompañarían en esta empresa. Yo nunca me había tomado la
molestia de echar un vistazo a mi equipaje, así que no tenía idea de como eran
empacadas mis cosas, pues siempre había alguien que empacaba y alguien que
desempacaba por mi.
Mal doblé algunas camisas y pantalones, deposité mis artículos de uso personal,
zapatos, ropa interior y dejé espacio suficiente para llevar conmigo los libros
que más me gustaban.
Esta fue una experiencia desastrosa, pues en el momento en que saqué las
prendas con las que me vestiría, descubrí que todas ellas estaban en un estado
lamentable. Así que le pagué a alguien para que planchara todo y lo acomodara
como debía ser.
Todavía recuerdo a la camarera que me ayudó en esta penosa situación. Su nombre
era Rose Marie, una mujer de mediana edad que se encargaba de coordinar y
supervisar las labores de limpieza de primera clase del barco donde yo viajaba
rumbo a Estados Unidos.
Una vez que mi ropa recobró la apariencia debida, ella tomó mi maleta y con
sumo cuidado comenzó a doblar cada una de las prendas.
- No se preocupe señorito Grandchester, yo me haré cargo personalmente del
acomodo de sus prendas dentro de su equipaje.
-Gracias - Fue lo único que pude decir, antes de abandonar mi camarote.
Cuando regresé, tuve la precaución de ver como se hacían estas cosas, pues
estaba seguro de que nunca volvería a tener a alguien que lo hiciera por mí.
Acostumbrado como estoy a observar con detenimiento muchas de las cosas que me
rodean, no fue difícil para mí, descifrar el modo en el que aquella noble mujer
había hecho su trabajo, sin embargo yo era torpe con mis manos y al intentar
recrear su obra, fracasé rotundamente.
Lleno de pena volví a buscar a Rose Marie y ella acudió de inmediato en mi
ayuda. Me dijo que no debería preocuparme por estas cosas, que siempre habría
alguien que me asistiría, cuando fuera necesario.
-No estoy muy seguro de ello. Por favor enséñeme a hacerlo yo mismo.
Fue así como aprendí a empacar y aun cuando hoy tengo servidumbre que lo puede
hacer por mí, nunca permito que eso ocurra, pues esta rutina por mucho tiempo
ha sido algo muy especial y personal y quiero que así se conserve.
Terruce G. Grandchester.