Para Terry
en su Cumpleaños
en su Cumpleaños
Lunes, otra semana de trabajo que comienza. No tengo muchas ganas de ir, no porque no me guste, no por pereza, solo porque el día es tan frío y oscuro, que no tengo ánimo de mover un dedo.
Busco con desesperación un poco de calor proveniente del astro rey, pero este se niega a obsequiarme algo de su ser, escondiéndose tras las grises nubes que todo lo cubren.
-Parece que va a llover, tal vez hasta caiga algo de nieve – me digo al ver que mis súplicas al sol, no son escuchadas.
Finalmente me resigno y salgo de Central Park dando por sentado que la calefacción del edificio donde trabajo, suplirá lo que la naturaleza me ha estado negando.
Camino con paso lento, sintiendo el viento cortarme la cara. Mis manos están frías y aunque las froto y froto, siguen como muertas.
De pronto, un pequeño rayo de sol aparece por entre las nubes y yo sonriente lo sigo para ver si me lleva con sus hermanos mayores.
Me desvío de mi destino como lo hacen los niños cuando van detrás de alguna hada juguetona.
Mi hada solar me abandona en el momento menos esperado, no me lleva con sus hermanos mayores y yo sigo fría en una mañana de invierno.
Desolada, emprendo el camino de regreso, pero algo llama antes mi atención.
Estoy ahí, en aquel puente donde lo vi por primera vez.
Sonrío a pesar de que mis labios están partidos y dejo que el latido de mi corazón me conduzca hasta aquel sitio, sagrado para mí.
Hace mucho tiempo que no vengo y no es por falta de cariño, es miedo al dolor que causa el vacío. Terry no ha estado aquí desde hace mucho tiempo. ¿Será que las cosas en su vida se enredaron tanto como en la mía?
Dudo por un instante en seguir ese camino al que mi corazón me lleva. La razón me dice que lloraré, no por el frío, por su ausencia.
-¡Qué más da otra lágrima! Por él, vale la pena dejar salir algunas. No te vas a morir, no hoy, no de soledad.
Camino con la cabeza baja, tengo miedo de mirar el camino vacío. De ver en el fondo los árboles sin hojas, el pequeño lago cubierto por una lápida fría de hielo invernal. No hay árboles, no hay pájaros, no hay peces, sólo soledad.
Me detengo a la mitad del puente y poso mi mano en uno de sus lados. Poco a poco levanto la mirada y percibo que hay belleza en el horizonte, a pesar del vacío. Los árboles no han muerto, las aves eventualmente volverán y las ranas cantarán.
-¿A dónde se habrán ido los peces? –me pregunto asomándome por un extremo tratando de ver debajo del hielo.
-Si en verano el agua de ese lago es fría, no quiero imaginar como está en invierno.
-¿Terry? –no, no puede ser, es mi imaginación que me está jugando una mala pasada.
-¿En verdad quieres que pesque una pulmonía tras lanzarme a rescatarte? –preguntó tomándome por un brazo.
¡No hay duda, es él!, su voz profunda y el calor de su cuerpo no son producto de mi imaginación.
-¿Qué haces aquí? – pregunté en medio de la emoción que invadía mi corazón.
-Es un lugar público preciosa, pero si lo quieres para ti sola, me iré.
-No, no, ¡nada de eso! –interrumpí temerosa de su reacción – Me refiero a que es una sorpresa encontrarte aquí, justo ahora.
-Yo soy un hacedor de sorpresas – sonrió de lado– ya deberías saberlo.
-Lo sé, lo sé, pero es que es tan…
-¿Sorprendente?
-Sí, iba de camino al trabajo siguiendo un rayito de sol…
-¿Me venías siguiendo? – dijo travieso.
-¡Terry! – expresé sonrojada al darme cuenta que era cierto, él no solo era un rayito de sol, era el sol mismo – Estás muy contento para un día tan frío como hoy.
-Tengo mis motivos – respondió en tono menos juguetón – uno de ellos es que sin esperar que algo extraordinario pasara, el día me sonrió.
-Me alegro – le dije llenándome los ojos de su bella presencia, que el frío no merma.
Me miró como si me imitara, como si el tiempo que ha pasado desde la última vez que nos vimos, también le hubiera agotado sus reservas de mi presencia en su vida. De pronto, sus dedos enguantados se posaron sobre mis labios quebrados y yo, al percatarme de su estado, bajé la cabeza con vergüenza. No era de este modo que quería que me viera.
-No deberías salir sin uno de estos – dijo quedamente al sacar de su bolsillo un pequeño tubo con crema para labios. Con sumo cuidado, frotó su contenido sobre ellos y poco a poco dejaron de doler.
-¡Gracias! Regularmente este tipo de días me dejan sin ánimo de nada.
-¿Ni siquiera para cuidar de tus bellezas personales?
-Ni siquiera para eso – contesté tratando de sonar como él cuando juega, pero sintiendo como un calor subía desde mi estómago para sonrojarme de nueva cuenta- . Ya en serio, me vas a decir ¿Qué te trajo hasta aquí un día como hoy?
-Hoy es mi cumpleaños. ¿Lo has olvidado? – dijo en tono serio.
-¡Es verdad!– respondí emocionada y avergonzada
– Yo, lo siento, estoy tan, tan…
-Como todos los años, mis amigos me preguntan: “¿Y qué deseas para este cumpleaños?” - dijo mirando el paisaje invernal -Estoy cansado de buscar respuestas distintas a esa pregunta.
-¿Es tan difícil decir la verdad?
-Si eres yo, sí.
-No has cambiado.
-Cuando era adolescente, solía decir que a pesar del paso de los años, a pesar de que con ellos vengan las canas y las arrugas, en el fondo, siempre nuestra esencia sería la misma.
-¿Estás reconociendo que te estás haciendo viejo? – cuestioné sorprendida.
-Eso quisieras – dijo sonriendo una vez más -. A lo que me refiero es que los deseos del corazón no cambian con el paso del tiempo. Lo que hoy quiero es lo que siempre he querido.
-¿Me estás diciendo que en ninguno de tus cumpleaños has tenido lo que quieres? -
pregunté con el corazón encogido en el centro de mi estómago.
-No. Muchos de mis cumpleaños fueron lejos de una alegría, un infierno, pero con los años algunas cosas cambiaron y poco a poco recuperé aquello que había perdido y que por eso deseaba.
-¿Entonces?
-Mira a tu alrededor – señaló el horizonte-; nada es igual que ayer, sin embargo no por ello es malo. Y no porque mañana llegue la primavera tus días serán mejores. Todo es relativo… a uno mismo –expresó tras una breve pausa -. Tengo lo que deseo en un sentido, sólo me queda esperar a que los ciclos sigan su curso para encontrar lo que falta.
-Creo entenderte – afirmé mirando el mismo horizonte decorado por copos de nieve que bajaban del cielo.
-Un poco de melancolía me trajo hasta aquí. Regularmente todos mis amigos se reúnen en mi cumpleaños. Hace mucho tiempo que no te veía, ni sabía de ti.
-Eso mismo pensaba yo.
-No imaginé que este sería el día en que volvería a verte, así que vine hasta aquí, para recordarte- tomó mi mano entre las suyas antes de continuar - , y pensar cómo les diría cuando me preguntaran, que lo único que deseaba hoy era volver a encontrarte.
FIN.
Annabel Lee
Enero de 2008