Terry... LIBRE Abro los ojos. El tiempo que pasa desde que el sueño se va alejando hasta que comienzo a sentirme dueño de mi, me permite sentir la calidez de la cama, el descanso del cuerpo, lo mullido del colchón y lo conveniente de la ubicación de la ventana que permite entrar la luz escasamente a través de las gruesas cortinas. Sin salir del lecho, mi mente llega a los primeros días de mi estancia en ese lugar, sigue siendo el mismo que aparté en cuanto pude costear alguno. El tiempo ha pasado, años ya desde ese entonces, años que han transcurrido como un suspiro, y en los cuales este pequeño apartamento sigue siendo mi refugio ideal para cuando estoy en New York y fuera del teatro. Muchas veces me pregunto a mi mismo como puedo seguir en este sitio después de las diferentes cosas que sucedieron aquí; de igual forma el tiempo me fue dando la solución y la respuesta. Más que un lugar lleno de recuerdos, el pequeño departamento es un lugar que refleja y encierra gran parte de mi, mi deseo de libertad en todo sentido, de no ostentación, de no llamar la atención en ninguna forma y de tener lo mío bajo un lugar seguro, íntimo y pequeño al que puedo llegar sin enredos ni complicaciones, debo reconocer que a pesar de la fama, aún sigo conservando tal lujo gracias a no pocos e imaginativos esfuerzos. Volteo hacía el buró, unos lirios azules me dan la bienvenida, quizá sea lo único que esta ahí y cuya elección o presencia no depende de mí, Mrs. Saunders, la portera y encargada del aseo, esta comisionada por mi madre a mantenerlos presentes, frescos y cerca de mi, sin duda es la forma que encuentra para reiterarme que cuento con ella y su presencia apenas lo requiera. Esa flores son el toque de alegría en una recamara que más que sencilla para mi es altamente funcional y no como dice Karen, el refugio de un ermitaño. Aclaro que la conoció un día que requería cambiarse y hubo un desperfecto en la iluminación del teatro; considerando lo alejado de su casa, decidí ofrecerle la mía, y así la muy fresca me agradeció criticando mi recamara y amenazando con ponerle el toque femenino. Fuera literal su propuesta o cargada de una segunda intención, la verdad es que fue cortésmente rechazada y por fortuna la muy airada no insistió más, salió echando chispas y diciendo que dijera lo que dijera, en el fondo me gustaba vivir entre la nostalgia. Echo fuera el edredón y las sábanas, blancas y de lino inglés por supuesto; mucho tiempo luego de que Karen se marchó dejando el eco de un portazo, medite profundamente en ese sentido. Miré alrededor de mí y puse atención en cada uno de los detalles de mi estancia; había muchos detalles ingleses, victorianos, pero sin llegar el extremo, dentro de todo conservaba yo un gran apego a lo sencillo y no rebuscado. Miré las cortinas, pesadas pero al mismo tiempo con velos finos que permitieran el libre tránsito de la luz y en primavera el paso del viento por lo ventanales. Había detalles muy ingleses, una licorera siempre con whisky, que aun cuando ahora lo modero en demasía, siempre tengo disponible. Hay quizá algunos detalles hípicos, alguno que otro marítimo y una biblioteca tan grande como es posible y que es testigo de mi oficio dependiente de las obras del genio ajeno, en el mejor sentido de esta frase. Mi recamara es donde tal vez haya mas detalles de mi y mis gustos, unas pequeñas escalas de barcos, unas pinturas de una corriente muy peculiar llamada impresionismo y entre todas, el busto napoleónico de un caballo. Eso es sin duda lo que extraño de los grandes sitios y casonas, sin embargo y por ahora aún no son las condiciones de poder criar, cuidar, entrenar y mantener a un equino. ¡Ah, la bella Theodora!... sí, sin duda ese busto es lo que en gran medida revive las mejores memorias de mi querida yegua, de la cuadra magnifica de los Granchester. Entro al baño, abro la ducha y me dispongo a mi baño; las sales inglesas, las clásicas fragancias de olivo, lavanda, menta. El agua cae sobre mi y entonces mi mente puede quedarse en blanco o dejar correr la imaginación al mismo ritmo del agua sobre mi cuerpo. Sé a lo que se refería mi encaprichada compañera, sé que no es la única que piensa que sigo aferrado a tu recuerdo… Sin embargo veo todo alrededor mío y lo encuentro como una parte entera de mi, una variable libre, no dependiente de nadie en particular. Soy una mezcla de inglés, escocés y americano, un ermitaño moderno que gusta de las luces del teatro, de la comodidad de una ciudad y disfruta del contacto con la naturaleza calma. Suspiro profundo, ha pasado tanto tiempo que de pronto me sorprendo a mi mismo no extrañándote y lo que es mejor, no extrañando hacerlo. Veo tu recuerdo tan calmo e inmóvil como muchos otros recuerdos de mi infancia y juventud. Hoy recuerdo, recuerdo, veo en mis memorias y no hago más que eso, solo ver, sin sentir, ni imaginar, ni agregar nada a los hechos que fueron. Recuerdo tus ojos verdes, y reconozco que eran bellos, pero ya no tiemblo por dentro, ya no espero con ansía o una ilusión hiriente de volver a verlos. Termino mi baño, retiro las gotas de mi cuerpo y mientras me unjo lavanda y voy vistiendo mi cuerpo, me siento tan libre, tan mío, tan yo, con recuerdos que ya no son más que eso, que no despiertan memorias, ni latidos dormidos, ni dolores viejos. Y no sé si sonreír o afrontar al destino con esto, con lo que soy en este momento; un Terry libre sin ánimo de seguir preso de culpas, de dolores, de añoranzas cuyas fuentes se fueron. Termino mi arreglo y al sentirme sin nada que sobre mi pese, me siento tan ligero, que en una tonta costumbre humana, me causa algo de miedo. Hoy saldré de aquí sin miedos a las chicas, a la prensa, a mi madre, llegaré al teatro dispuesto a llenarme de momentos irrepetibles, de vital tensión, de la ansiedad ante el telón abriéndose y un público presto a devórame, de algo que anhelar y luchar arduamente por ello, re- entender la libertad como el mejor de los regalos. Seguir con mi vida libre de recuerdos, de añoranzas ciegas, de amores perdidos… de pérdidas irremediables… Sirena Laurie |
Atlántida de Terry