Matices de Neil II:
“Compañero Imaginario”
Neil se dio la vuelta dejando a Anjou indefensa como boya azotada por las inclementes olas de un mar furioso.
Si esa chiquilla estúpida pensaba que iba a librarse de èl, estaba muy equivocada.
Noche tras noche la veìa como perdida en las fiestas de Sociedad. Una copa de champagne, bailes con desabridos pretendientes que a un Legan no le llegaban ni al tobillo y luego se escabullìa y no volvìa a verla.
Hasta una noche en la que observando a los presentes no pudo encontrarla, se decidió encontrarla, estuviese donde estuviese. No le fue difícil. La encontró en uno de los bancos de piedra del jardín. Pensò en acercarse, pero se detuvo en su sitio al ver a la chica de ojos violetas, inclinar la cabeza y levantarse lentamente.
Abrazò a su compañero imaginario y casi flotando, bailò el vals con sus pies perdiéndose en el verdor nocturno salpicado de rocìo.
Muy a su pesar, el corazón de Neil Legan dio un respingo movido por una desconocida cuerda llamada ternura que lo recorriò de pies a cabeza. El vestido color crema de la chica, se transformaba en algo etéreo e irreal y sus movimentos gráciles lo dejaron sin aliento.
Indignado por semejante despliegue de emociones dentro de sì, empujò la baranda de piedra como queriendo hacerla añicos y el viento despeinò su rebelde cabello cobrizo, mientras se dirigía de nuevo al concurrido salòn.
La primera chica que encontró sirvió para sus propósitos. La tomò por la cintura y la pegò a la pared, mientras la aprisionaba agarrándole los brazos como si de dos garfios de hierro se tratara. La besò; la besò con furia, con despecho, con rencor e incluso negándoselo a èl mismo, con temor. El material que tenía frente a sì ni siquiera opuso resistencia. Simplemente se dejó hacer por el chico rebelde que todos conocían y màs de una deseaba, sabiéndolo inalcanzable.
Nel la soltò. Asqueado no dijo ni una palabra y partió en dirección a su coche. Algo tenía esa noche que no le bastaba. Ya sabìa èl a donde dirigirse. Asì que sin pensarlo màs, encendió el auto y se dirigió a la casa de Madame Teuler, donde era el consentido de todas sus “Mademoiselles”.
Bueno, el consentido mientras estaba en la elegante residencia de la Madame, que a esas alturas, no sabìa si en efecto era francesa y poco le importaba. Lo único que le importaba era la clase de placeres que quien estuviera libre cuando llegara, le ofrecerìa.
-¡Mi quegrido Señogrito Neil!
-Madame Teuler…
-¡Mis niñas! ¡Tenemos visitaaa…!
Sin reparar en nada, fueron apareciendo una por una las chicas de la Madame. Ya conocían de sobra sus diversos tonos y palabras para identificar a cada cliente especial y frecuente y todas morìan por pasar una noche con Neil Legan.
Porque Legan no era de una o dos horas. Neil era de toda la noche y con no poca frecuencia, de dos chicas.
-¿Ganas de què tiene hoy Monsieur? –preguntò la Madame extendiendo su mano hacia la fila de chicas que exhibìan sus mejores atributos. Morenas, blancas, rubias, pelirrojas… por algo decían que en la variedad estaba el gusto.
-Hoy quiero una noche salvaje, Teuler.
-Pegro clagro, Monsieur, sus deseos son ògrdenes. ¡Eva, Sabine! ¡Hijas mìas, encàgrgense de que Monsieur Legan grecuegrde esta noche como algo memograble!
Y sin dejar tiempo para respirar, tomaron cada una a Neil por un brazo.
El olor del burdel se le hizo a Legan, por primera vez en su vida, decrèpito. La decoración grotesca y las mujeres que lo asìan por los brazos, despreciables. Sus rebuscados perfumes lo ahogaban, pero necesitaba perderse de sì mismo y nada mejor que el placer que una noche de sexo sin frenos proporcionaba.
Subiendo la gran escalera y mientras sus pies enfundados en el mejor calzado que hombre alguno pudiera desear, se hundìan en la mullida y lujuriosa alfombra roja, Neil Legan se perdía en la visión de una chica de ojos violetas bailando inocentemente con su galán imaginario a la luz de la luna llena.
“Compañero Imaginario”
Neil se dio la vuelta dejando a Anjou indefensa como boya azotada por las inclementes olas de un mar furioso.
Si esa chiquilla estúpida pensaba que iba a librarse de èl, estaba muy equivocada.
Noche tras noche la veìa como perdida en las fiestas de Sociedad. Una copa de champagne, bailes con desabridos pretendientes que a un Legan no le llegaban ni al tobillo y luego se escabullìa y no volvìa a verla.
Hasta una noche en la que observando a los presentes no pudo encontrarla, se decidió encontrarla, estuviese donde estuviese. No le fue difícil. La encontró en uno de los bancos de piedra del jardín. Pensò en acercarse, pero se detuvo en su sitio al ver a la chica de ojos violetas, inclinar la cabeza y levantarse lentamente.
Abrazò a su compañero imaginario y casi flotando, bailò el vals con sus pies perdiéndose en el verdor nocturno salpicado de rocìo.
Muy a su pesar, el corazón de Neil Legan dio un respingo movido por una desconocida cuerda llamada ternura que lo recorriò de pies a cabeza. El vestido color crema de la chica, se transformaba en algo etéreo e irreal y sus movimentos gráciles lo dejaron sin aliento.
Indignado por semejante despliegue de emociones dentro de sì, empujò la baranda de piedra como queriendo hacerla añicos y el viento despeinò su rebelde cabello cobrizo, mientras se dirigía de nuevo al concurrido salòn.
La primera chica que encontró sirvió para sus propósitos. La tomò por la cintura y la pegò a la pared, mientras la aprisionaba agarrándole los brazos como si de dos garfios de hierro se tratara. La besò; la besò con furia, con despecho, con rencor e incluso negándoselo a èl mismo, con temor. El material que tenía frente a sì ni siquiera opuso resistencia. Simplemente se dejó hacer por el chico rebelde que todos conocían y màs de una deseaba, sabiéndolo inalcanzable.
Nel la soltò. Asqueado no dijo ni una palabra y partió en dirección a su coche. Algo tenía esa noche que no le bastaba. Ya sabìa èl a donde dirigirse. Asì que sin pensarlo màs, encendió el auto y se dirigió a la casa de Madame Teuler, donde era el consentido de todas sus “Mademoiselles”.
Bueno, el consentido mientras estaba en la elegante residencia de la Madame, que a esas alturas, no sabìa si en efecto era francesa y poco le importaba. Lo único que le importaba era la clase de placeres que quien estuviera libre cuando llegara, le ofrecerìa.
-¡Mi quegrido Señogrito Neil!
-Madame Teuler…
-¡Mis niñas! ¡Tenemos visitaaa…!
Sin reparar en nada, fueron apareciendo una por una las chicas de la Madame. Ya conocían de sobra sus diversos tonos y palabras para identificar a cada cliente especial y frecuente y todas morìan por pasar una noche con Neil Legan.
Porque Legan no era de una o dos horas. Neil era de toda la noche y con no poca frecuencia, de dos chicas.
-¿Ganas de què tiene hoy Monsieur? –preguntò la Madame extendiendo su mano hacia la fila de chicas que exhibìan sus mejores atributos. Morenas, blancas, rubias, pelirrojas… por algo decían que en la variedad estaba el gusto.
-Hoy quiero una noche salvaje, Teuler.
-Pegro clagro, Monsieur, sus deseos son ògrdenes. ¡Eva, Sabine! ¡Hijas mìas, encàgrgense de que Monsieur Legan grecuegrde esta noche como algo memograble!
Y sin dejar tiempo para respirar, tomaron cada una a Neil por un brazo.
El olor del burdel se le hizo a Legan, por primera vez en su vida, decrèpito. La decoración grotesca y las mujeres que lo asìan por los brazos, despreciables. Sus rebuscados perfumes lo ahogaban, pero necesitaba perderse de sì mismo y nada mejor que el placer que una noche de sexo sin frenos proporcionaba.
Subiendo la gran escalera y mientras sus pies enfundados en el mejor calzado que hombre alguno pudiera desear, se hundìan en la mullida y lujuriosa alfombra roja, Neil Legan se perdía en la visión de una chica de ojos violetas bailando inocentemente con su galán imaginario a la luz de la luna llena.